
Eres
como la más delicada
rosa azul.
Quien vino a nacer
en nuestro jardín.
Cuando todos esperábamos
que naciera en él,
tan sólo fértiles rosas rojas.
Eres
como una estrella fugaz.
Quien vino en pleno día
a iluminar con más realismo
a nuestros humanitarios sentimientos.
Eres como el melodioso susurro
del viento del sur.
Quien vino a consolar
en el descanso del atardecer
a nuestras cotidianas tempestades.
Eres
como el verdor de la llanura;
como lo castaño del desierto;
como lo azulado del mar;
como la blancura de la cordillera.
Quien vino a embellecer a nuestra mirada,
cuando ella se torna de gris color.
Por todo ello.
Eres la más incomparable
razón de ser en nuestra existencia.
Pues, si no existieras,
seríamos como las indolentes estatuas;
cuerpos sin alma.
Dolidamente ausentes,
en nuestra propia razón de ser.