A través de los balcones
y los visillos dormidos
entra la magia de la noche,
vestida de neón.
Una mujer fuma
apoyada en el alféizar,
y las hilachas de humo
parecen tentáculos de medusa
nadando en el fondo del cielo.
Todavía quedan insomnes
en la terraza del bar Manila
bebiendo con desidia
la última cerveza helada;
mientras,
la sombra de un borracho
la sombra de un borracho
atraviesa la calle desierta
sin más compaña
que una vieja farola.
En la lejanía
aulla una sirena.
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